sábado, 5 de abril de 2008

Tempting the fate

Cada día el país se sume más y más en la desgracia, y esto viene desde mucho. La ley de la jungla es la que reina, y no hay quien se salve de esta. Todo es demostrado por las imprudencias que cometemos y las injusticias que permitimos. El crimen organizado y el contrabando tienen largos brazos. Todo se compra y se vende hoy en día, ya la vida tiene precio, un celular a media pasarela, el tropiezo con una bala perdida, etc., tanto que hasta podemos medirla a través de la astucia de los conductores alcoholizados, inclusive hay impuestos solo para poder vivir en nuestras casas y comunidades. Y puedo quejarme de todo esto, porque soy parte del todo. Hago esto, no para que crean que soy una persona con ética, si no para hacerles saber que lo que alego es cierto.

Ayer, viernes cuatro de abril del presente año, asistí a una partida de texas en la casa de un amigo (Pedro). Como siempre es el caso, ya que está difícil eso de que cada quien llegue como pueda, me preste para llevar a dos amigos (Koper y Bobby) al juego. Mientras conducía por el Bulevar Landívar hacía el condominio La Montaña, mis amigos y yo presenciamos un accidente vehicular espantoso. Pero al que solo le dimos importancia por ver que era un carrazo el que había sido destrozado, ¿qué importaba si alguien había muerto, y más, quién era ese alguien? Continuamos el recorrido, para llegar a la casa mencionada. Al estar ahí, comenzamos a platicar sobre que íbamos a comprar en Súper 24 o sus homólogos para beber mientras jugábamos a las cartas. Agarramos rumbo nuevamente, pasando por segunda vez frente al accidente (aun no habían movido nada, solo cambió el hecho de que había más gente) y llegamos a la gasolinera shell del bulevar, donde compramos bebidas alcohólicas. Pasamos por tercera vez frente al accidente, contemplando el carro siempre. Ya en la casa, nos dedicamos a jugar y a jugar, pasando un momento muy agradable. Ya para las dos de la mañana, solo quedábamos Bobby y yo en la mesa, Koper ya había rendido sus fuerzas, y Pedro perdió en una mano lo que le quedaba. Yo poseía un sesenta por ciento de las fichas, mientras que Bobby el otro tanto. Hubiésemos seguido hasta la salida del sol jugando, pero Bobby necesitaba llegar a su casa, ya que al día siguiente tendría que ir a la universidad a realizar una investigación. Así que decidimos jugarla todo en una mano. Bobby ganó con la carta más alta, un as de corazón. Subimos al carro, y nos fuimos. Dejamos a Koper en jardines, y decidí pasar por la zona uno para llevar a Bobby hasta la mateo. Ya en la esquina de mi casa una patrulla de la PNC nos detuvo. Nos bajaron del auto y me pidieron los papeles, yo, de tremendo pendejo, no llevaba mi licencia, y para más chingar, una peste asquerosa a alcohol. No portábamos armas, ni drogas, nada. Registraron el carro de arriba abajo. Luego nos dijeron que íbamos drogados (con un examen visual en la penumbra, a las 3 de la madrugada, determinaron que habíamos consumido cocaína; ja, increíble la habilidad de los agentes). Llamé a mis viejos, que estaban a solo treinta metros de distancia. Ambos salieron en batas, con olor a alcohol también, ¡el colmo! Al verme, los dos quisieron matarme. Los agentes decían que deberían requisar el carro, y llevarnos a Bobby y a mi a un juzgado de turno, donde nos harían la prueba de alcoholemia. Mi viejo comenzó las negociaciones de chantaje y mordida. El policía afirmó no ser de “esos”. Ya a un tío le había sucedido algo similar, donde lo habían detenido, y lo habían acusado por posesión de drogas, y para que no lo llevaran a la cárcel, debió pagar diez mil quetzales. Claro que con esto, estábamos predispuestos a que la situación se desarrollara igual. Por suerte, he trabajado en una ong con mi viejo, capacitando a policías de la capital y del interior. De esa manera, llegamos a conocer algunos directores y oficiales. En el instante que el viejo hizo el comentario, el agente perdió las agallas, y nos devolvió los papeles, sin mayor miramientos. Salvados de una buena. Todo esto no es para reírse. Es para demostrar que todos somos culpables de la situación del país. Porque el que aquí no corre, vuela.

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