miércoles, 21 de mayo de 2008

POSTDATA

Después, todo comenzó cuando lo del eclipse
lunar. Cuando nos dimos cuenta que nadie tenia
sombra. Que por más ademanes y piruetas que
hiciéramos, nuestras correspondientes sombras nunca
aparecían.

Fue peor cuando quisimos provocarlas
mediante el uso del fluido eléctrico. Pero nada. Nadie
tenía sombra ya más.
Fue entonces cuando se el temor se convirtió en
miedo, el miedo en terror y del terror cundió un pánico
general que provoco miles y miles de muertes por
cualquier razón; susto, fatiga, insolación, sugestión,
inanición y accidentes de todo tipo.
El proceso normal de todas las fuerzas vivas de
producción se ha transformado letalmente. Peor,
cuando nos dimos cuenta que sólo los humanos
carecíamos de sombra.

Ahora, los sobrevivientes, hablamos menos.
Nos movilizamos menos y mantenemos la mirada
perdida. Muchos ya no piensan en lo que hacen porque
ya son autómatas. Se nos ha disminuido la capacidad
del olfato, del oído, de la vista, del tacto. Por eso, de
repente, la gente se muere o, se accidenta.

Hemos perdido la noción del tiempo y lo del
Eclipse ya no sabemos cuando ocurrió.
Estamos olvidando ya que teníamos sombra.
Alguien o, algo nos la ha quitado. Nos han extirpado
lo que nos daba la vida. Lo que nos hacía vivir.
Yo mismo, olvidaré para siempre esto que he
Testimoniado ahora.

El último katún. Carlos René García Escobar.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Tú no me dejas

Gente, que se despierta cuando aun es de noche
y cocina cuando cae el sol
Gente, que acompaña a gente en hospitales, parques
Gente, que despide, que recibe a gente
En los andenes
Gente que va de frente
Que no esquiva tu mirada
Y que perciben el viento
¿Cómo será el verano?
¿Cómo será el invierno?

Dos, tres, horas para disfrutarte
Y dos de cada siete días para darte
Un pasaje en la más bella historia de amor
Dos, tres, horas para contemplarte
Y dos de cada siete días para darte
Me acomodo en un rincón de tu corazón

Gente, que pide por la gente en los altares
En las romerías
Gente, que da la vida
Que infunde fe
Que crece y que merece paz
Gente, que se funde en un abrazo en el horror
Que comparte el oleaje de su alma
Gente que no renueva la pequeña esperanza
De un día
Vivir en paz

Dos, tres, horas para disfrutarte
Y dos de cada siete días para darte
Un pasaje en la más bella historia de amor
Dos, tres, horas para contemplarte
Y dos de cada siete días para darte
Te acomodo en un rincón de mi corazón

Para vivir así
En miradas transparentes
Recibir su luz
Definitivamente
Nubes van
Y van pasando
Pero aquella luz
Nos sigue iluminando

Que fresca es la sombra que ofrecen
Que limpia el agua dulce de sus miradas
Es por ti que empiezo un nuevo día
Hay Ángeles entre nosotros
Ángeles entre nosotros

Dos, tres, horas para disfrutarte
Y dos de cada siete días para darte
Un pasaje en la más bella historia de amor
Dos, tres, horas para contemplarte
Y dos de cada siete días para darte
Me acomodo en un rincón de tu corazón

Dos, tres, horas para disfrutarte
Y dos de cada siete días para darte...

Dos, tres, horas para disfrutarte
Y dos de cada siete días...

Dos, tres, horas para disfrutarte
Y dos de cada...

Dos, tres, horas para disfrutarte...

Dos, tres, horas

Presuntos Implicados

lunes, 12 de mayo de 2008

Frente a Frente

Entre la niebla de la mañana

aparece una figura recortada

por un muro de bloques grises

manchado de cráteres profundos

guardando centenares de últimos

deseos, gritos y proclamas.

La figura es ahora un hombre

que se encuentra en harapos,

por los cuales se ven todas las

laceraciones de un cuerpo torturado

hasta la saciedad. Tiene los ojos

vendados y su postura permite

saber que apenas logra estar parado.

Detrás de el se encuentran siete

soldados apuntando con sus rifles

al hombre del muro, sus rostros son

de autómatas listos para seguir

cualquier orden.

A la derecha de los tiradores, se

encuentra un hombre alto, delgado,

con miles de insignias revelando todos

los actos de heroísmo y valentía que

ha hecho. Sostiene su kepis bajo

la axila, la escuadra al cinto, unas

botas lustradas a la perfección y una

mirada cansada, de alcohólico.

Todos están listos, el prisionero,

los tiradores, y el oficial. Se escuchan

a lo lejos explosiones, estallidos y

carreras de la gente, hay vítores por todos

lados. El oficial y el prisionero comprenden

lo que sucede, al contrario de la maquinaria

de fusilamiento, que parece no comprender

nada de lo que sucede.

El oficial se coloca el kepis con fuerza,

camina hacia el muro y desata al

condenado, entregándole el arma y

colocándose frente al muro, mientras que

lo ata el otro. Ambos hombres se contemplan

con una sonrisa breve, amarga de aceptación.

La sonrisa les hermana. El condenado

levanta la mano y da la orden. Los fusiles

son disparados y hacen nuevos cráteres

en el muro. El cuerpo se desploma y mancha

la tierra con su sangre.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Un corazón debajo de una piedra

Tú, donde y en quien encuentro estas sensaciones
que me enloquecen, que traen loco de remante,
deseo agradecértelas, ya que no están en ninguna
otra parte del universo.

Tus ojos contienen todos mis sueños y anhelos,
toda la esperanza de que el mundo sea un mejor
lugar para todos, para mi, tus ojos que destellan
en un atardecer me lanzan promesas de amor y
le dictan a mi corazón a que ritmo palpitar, tus
ojos que me adormecen y calman, son tus ojos los
que deciden los caminos que mi vida tomará,
desde el día en que supe que estaba perdidamente
enamorado de ti hasta el día de mi muerte y más
allá, más allá hasta el fin de todo. Cuando te tengo
cerca, pero cerca en verdad y puedo respirar tu
aliento, sentir la esencia de tu hermoso cuerpo, me
deshago y convierto en polvo, llámame y restituiré
todo mi ser solo para amarte nuevamente con todo
lo que un hombre puede amar a una mujer.

Luego que tus ojos se han cerrado y yaces junto
a mi en una noche de calor y de mar y de estrellas,
contemplo lo bella que eres, la delicadeza de tus
manos que me acarician con ardiente deseo,
elevándome al cielo mismo, tus manos que tocan
mi rostro y es como si todos los ángeles me abatieran,
y yo, deseando que tus manos estén en todos mis
sobacos, tus manos que son capaces de atrapar mi
amor por ti para que lo lleves contigo como un
pendiente oculto que nadie jamás verá.

Tu piel blanca escondida bajo las delgadas
sábanas de la noche-estrella cautiva mi pasión,
tu piel que se extiende hasta el infinito, tersa y
aromática, la orquídea de vainilla más encantadora
que este pobre tonto ha llegado a acariciar, quiero
conservarte por siempre, enseñarle al mundo lo
bella que eres y ser tu guardián eterno, ser la tierra
que ha de sostenerte y alimentarte, ser los rayos de
luz que han de entibiarte una fría mañana, tu piel es
seda ante mis caricias, no te toco, no te toco, temo
lastimarte con mis rudimentarias manos que trabajan por ti.

Camina, flota, vuela, que las mismas calles de
esta ciudad no merecen que tus pies las toquen,
pies pequeños y delgados, hermosos, uno tras
otro andan dirigiéndote a mi, que tus pies saben
que nunca encontrarás un amor como el mío, tus
pies que son ajenos a mi, tú que me los prohíbes,
déjame aunque sea, construirles un camino de fino
cristal para que puedas pasear conmigo bajo las
estrellas de esta noche y dejar que las aguas del
universo besen tus pies por mi.

Tus labios son las cerraduras que protegen la miel
de tu boca, tus labios finos dejan marcas en mí
como cicatrices de guerras que hemos desatado
tu y yo, tus labios candorosos que dibujan el estado
de tu alma, una sonrisa, un espasmo de dolor, tus
labios que embelezan con sus danzas, quiero ser
dueño y señor de ellos, que obedezcan mis ordenes
y besarlos y ser besado por ellos, que tus besos son
respiración para el ahogado, calma para el dolorido,
compañía para el solitario, y la más grande expresión
de amor y deseo que de ti conozco.

Tu cabello, tus hebras, tus rizos, todo tu nido de
primavera se agita al viento esta noche, y en la
oscuridad, el azabache de tu pelo suelta azahares
de higo, dulces higos, así tus cabellos percibo, y
enredarme entre ellos es mi mayor deseo, dejar
que me atrapen y no me suelten, que cubran tu
rostro para ocultarme tus pensamientos, que te
escondan y yo tenga que buscarte entre ellos,
porque luceros oculta tu largo cabello.

“Toma mi mano, vamos, no te lastimaré, toma mi mano y se mi compañera de vida en este instante, ven conmigo a caminar y te enseñaré lo que es realmente el amor.”

domingo, 4 de mayo de 2008

27 de marzo de 1950

Lloro dormido. Cuando despierto, de lo único que me
acuerdo es de que he llorado. Se lo he dicho a la señora Marks
y me ha contestado:

-Las lágrimas que derramamos cuando dormimos son las
únicas sinceras de nuestra vida. Las lágrimas de cuando estamos
despiertos son producto de la lástima que sentimos por nosotros
mismos.

-Eso me resulta muy poético, pero me es imposible creer
que lo dice en serio.

-¿Y por qué no?
-Porque me agrada dormirme sabiendo que voy a llorar.
Sonríe, y yo espero a que responda..., pero ella ya no me
va a ayudar. En consecuencia, le pregunto, con ironía:
-¿No va a decirme que soy un masoquista?
Afirma con la cabeza, naturalmente.
-Hay placer en el dolor -sentencio por ella, que afirma
otra vez - Señora Marks-puntualizo- ,este dolor trise y
lleno de nostalgia que me hace llorar me inspiró aquel
maldito libro.

Se incorpora, tiesa, escandalizada porque me atrevo a
maldecir un libro, el arte, esta avticidad tan noble.
-Lo único que ha conseguido -continúo- es hacerme
llegar poco a poco a la conciencia subjetiva de lo que yo
sabía: que el origen del libro está envenenado.
-El conocimiento de uno mismo consiste siempre en te-
ner una conciencia cada vez más profunda de lo que ya
sabíamos.
-Pues no es suficiente.
Afirma y se queda meditando. Presiento que va a producir-
se algo importante, pero no sé qué. Después, pregunta:
-¿Escribe un diario?
-Con irregularidad.
-¿Apunta lo que sucede en estas sesiones conmigo?
-A veces.
Afirma con la cabeza y me doy cuenta de lo que está pen-
sando: que esto, el escribir un diario, es el comienzo de lo que
considera el deshielo, la liberación de lo que me impedía escri-
bir. Me ha molestado tanto, he sentido un rencor tan grande,
que no he podido decir nada. Era como si al mencionar el dia-
rio, al convertirlo en parte de su análisis, por decirlo así, me lo
hubiera robado.


Doris Lessing, The golden Book.