lunes, 23 de febrero de 2009

Suspensión Temporal

Debido a ciertos problemas he decidido suspender el blog hasta nuevo aviso, no sé cuánto tiempo me tome publicar algo nuevamente, y espero que pueda hacerlo, pero tengo mis dudas al respecto, y no creo que aguante lo que se me viene encima, una vez más todos tenían razón, detesto que mis castillos en el aire se vengan abajo toda la vida, quién sabe, quizá con los años, aprenda la triste realidad que vivo me dijo ella una vez, no hace mucho. A las pocas personas que le han dedicado un poco de tiempo leer las cosas que escribo, les agradezco muchísimo, y espero que con el tiempo escriba nuevamente, pero esto sigue siendo muy duro, no sé qué decir, la verdad tengo miedo, mucho miedo de lo que vaya a pasar, porque no sé cuál será mi reacción a todo esto, quizá desaparecer para siempre, sería a veces lo más sensato. También, para confesarles algo muy personal, esta última semana he tenido sueños que por puro milagro he logrado distinguir de la realidad, han sido demasiado reales, nunca antes me había pasado. También para aquellas personas que conocen y están más o menos al tanto de mi tormento, por favor ahórrense todos los comentarios al respecto, lo que menos quiero es tener que escuchar las reverberaciones de ustedes, perdón por ser tan agresivo, pero no me queda de otra ante estas cosas que pasan, comiquísimo. A Ana L. Dorantes le agradezco la recomendación de un libro, me despido con “un gran material para una novela”. Adiós.

P.D.: Dime tú, ¿qué fue lo que pasó? Porque no tengo ni la menor idea.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Marking Time, Waiting for Death

IV

-Para la guía de mi viaje.






En el inmenso techo de la cueva celeste dominaba el Sol apuntando sus rayos del ocaso a la cima de verdes olivos. Apenas nubes se dibujan al horizonte plateadas como espejos. El rugido del Universo se escuchaba lejano entre las olas de los dos mares que azotaban la llana tierra, babeando de espuma las playas del imponente monte. Las laderas se cubrían de densa vegetación que a la vista niega el sendero hacia el llano más alto. En su cúspide un hombre reconfortado de todos los sentidos, espera sentado en una roca, viendo hacia el oeste en la espera de aquella que su nombre pronunciado dulce trinar de ruiseñores empalaga a los oídos mortales. Años siente el hombre, que joven siendo no comprende, por la espera de su amor eterno en la punta de la montaña. De pronto un destellar milagroso en el cielo revienta, y siendo la luz tan brillante por un momento ciego deja al hombre, que en la confusión percibe que alguien le coge la mano. Piel tersa le acaricia el rostro, descubriendo los párpados para que vea la magnífica obra que delante de él se desarrolla. Lagos de avellanas le miran fijamente, perlada dentadura le sonríe, un hálito de calidez recae en su cuello, brazos le abrazan como un hijo, y aromas de higos larga cabellera despide. Un beso en la frente a ella le hace cosquillas, y todo su cuerpo tiembla reconociéndose en el hombre que ella ama. Ambos se giran delicadamente contemplando círculos de ángeles volando junto al destello que aún no acaba. Tomándose de la mano, peso comienzan a perder, y mas ligeros cual aire, ascienden hacia la luz que les invita.


*******


Casio despertó de pronto de un sueño tan profundo que apenas recordaba lo sucedido. Desde el entierro no había podido sacar de la mente la imagen de la niña que con ternura lo abrazaba. Dispuso levantarse de la cama para ir al baño; ya se le hacía tarde para la entrevista concertada al mediodía de hoy. Rápidamente se desperezó estirando todas sus extremidades, luego colocando las plantas de los pies sobre el frío suelo, e irguiéndose comenzó a caminar hacia el armario, cogió tres toallas gruesas y se introdujo en el baño. Frente al espejo, vio su rostro con un semblante distinto al de desvelo de siempre. Sus ojos brillaban de manera chispeante, quizás el sueño que no recuerdo, pensó Casio. Se quitó la playera blanca y la pantaloneta dejando entrever un cuerpo joven y robusto, anchos hombros dominaba su largo cuello, brazos fornidos, pecho abultado, abdomen plano, y largas piernas. Entró a la bañera y giró el grifo hacia la derecha contando las vueltas hasta siete, cuando comenzó a caer un delgado hilo de agua helado que poco a poco se fue convirtiendo en un grueso chorro de agua hirviente. De manera veloz se posó debajo del agua que caía, y comenzaba a humedecer la bronceada tez de Casio.


Sofía no había logrado pegar los párpados en toda la noche anterior, y hoy se encontraba con unas ojeras profundas sentada en un pupitre tratando de no perder la atención de las charadas que un licenciado enunciaba respecto a las causas de la independencia de… cuando cayó profundamente en el sueño. Al despertar, el salón se encontraba vacío. Sofía tomó sus libros y los guardó en el bolso, se arropó con firmeza la bufanda de azul marino que ella misma había tejido hacía muchos años y salió del aula hacia la galera central de la facultad, donde buscó una banca desocupada y se sentó sacando al mismo tiempo una cajetilla de cigarros. Sofía llevaba ya días teniendo problemas para dormir, y aunque no comprendía la causa, se había avocado a un naturista que vendía hierbas en la Plaza de Armas para curar todos los males de la tierra, desde un sencillo catarro hasta un complicado embrujo. Luego de probar con todas las hierbas del catálogo del naturista, este llegó a la conclusión de que su enfermedad era el mal de amor, algo incurable. Sofía suspiró lentamente el humo del cigarro pensando en la posibilidad de que existiera un gran amor que no fuera trágico como el de tantas novelas que había leído.


Casio después de esperar cuarenta y cinco minutos sentado en una salita de paredes grises con cuadros abstractos colgando de ellas, escuchó su nombre salir de una bocina. Levantó la mirada y con cautela se asomó a una puertecita que estaba a su derecha. Entró al despacho donde un anciano calvo y regordete le extendía la mano para felicitarlo, luego de las pruebas realizadas, era el candidato perfecto para la plaza que ofrecían.


-Es usted el hombre que buscábamos señor, joven, inteligente, y dispuesto.

-Gracias licenciado Fernando, es un honor para mí poder trabajar con ustedes, -dijo Casio entornando los ojos hacia el techo; todo lo que anhelaba conseguir antes de la propuesta se estaba volviendo más verosímil. Apretó la mano del licenciado y salió hacia la calle. Vientos descomunales soplaban en la tarde, mientras Casio avanzaba por la Avenida Elena hacia la octava calle. Había quedado desde hacía días tener una cita con Sofía en el café de la tercera avenida, y hoy creía Casio, era el día propicio para solicitar la mano de Sofía, de quien se había enamorado desde el entierro.


Sofía cerró con cuidado las cubiertas del libro que leía, advirtiendo que la camioneta pasaba detrás del Santuario de Guadalupe. Se levantó del asiento, y caminó por el pasillo hasta llegar a la puerta delantera y bajar las tres gradotas que caracterizaban los armatostes del transporte público. Con un brusco frenazo, la camioneta se detuvo en la esquina de la cuarta avenida y novena calle, dejando a Sofía menos de un segundo para bajar antes de que iniciara la marcha nuevamente. Mientras avanzaba hacia el café en que Casio le había pedido reunirse con él por la tarde, Sofía contemplaba las pinturas y grafitos que dominaban las paredes de las antiguas casas que alguna vez fueron majestuosas mansiones de la capital. Los colores chillones la inquietaban, de manera que Sofía anduvo más rápido hasta llegar a la entrada del café, desde donde asomó la cabeza buscando a Casio, que se encontraba sentado en una mesita redonda con una taza de café que humaba hacia él.


-Casio, dime qué está pasando que te urgía verme.

-Tengo muchas cosas que decirte Sofía, pero antes, quiero que respondas una pregunta, ¿eres feliz?

-¿Feliz? –dijo Sofía con cierta ironía.-¿Acaso no ves que no he podido dormir todas estas noches? He intentado de todo, y no logro dormir, no comprendo qué me pasa. Dicen que es mal de amor lo que padezco. Claro que no soy feliz.

-Entonces vente a vivir conmigo Sofía, deja tu casa, yo puedo mantenernos a ambos, acabo de obtener el trabajo del que te había comentado. Cásate conmigo.

-Casio, nunca en la vida vuelvas a decir algo como eso.

-¿Como qué cosa?

-A mí nadie me va a mantener en la vida, y casarnos no tiene sentido, no creo en el matrimonio.

-Entonces sólo ven a vivir conmigo, al apartamento, sé que te encanta el Centro.

Sofía rebuznó con tal fuerza que todos en el café voltearon a verla. Muy de su costumbre, pidió a Casio unos minutos, hizo cálculos mentales, y tomó una resolución.

-Todo esto es una locura Casio. Yo te amo, y no entiendo por qué me ponés estas pruebas. Sabés cómo soy, no me culpes luego si te hiero más adelante, y espero que esto no sea un error fatal.

-Descuida Sofía, que media vez yo viva, y quizá en la otra, te amaré siempre. Además, no te haré comer berenjenas nunca.– Y con esto, ambos se rieron recordando el pasaje del libro que tantas veces habían compartido. Años después de la decisión, Casio recordaría el sueño que la noche anterior a aquel día tuvo al ver una pintura en la exposición que un museo presentaba.

domingo, 1 de febrero de 2009

Moveré el Infierno y Doblaré el Cielo


POR MÍ SE VA HASTA LA CIUDAD DOLIENTE,
POR MI SE VA AL ETERNO SUFRIMIENTO,
POR MI SE VA A LA GENTE CONDENADA.

LA JUSTICIA MOVIÓ A MI ALTO ARQUITECTO.
HÍZOME LA DIVINA POTESTAD,
EL SABER SUMO Y EL AMOR PRIMERO.

ANTES DE MÍ NO FUE COSA CREADA
SINO LO ETERNO Y DURO ETERNAMENTE.
DEJAD, LOS QUE AQUÍ ENTRÁIS, TODA ESPERANZA.