miércoles, 3 de diciembre de 2008

Marking Time, Waiting for Death

II

Las condensadas gotas rompen la etérea superficie tensa del espejismo que bordea la taza explotando como cafés morteros de procesión en el cielo hundiéndose en el espacio infinito delimitado por el fondo blanco de cerámica, la bolsita de té se sumerge de nuevo en el agua endulzadamente amarilla. El humo del cigarro despegado de la mesa se eleva anunciando el fallecimiento de los movimientos elípticos de la mano de largos dedos y uñas de mujer de Casio. El híbrido sonoro del lounge llena el espacio con motas de jazz en el recinto, conteniendo la desesperación general de todos los pacientes en la sala de descanso y recreación, donde una televisión muestra algún reportero mudo cubriendo la noticia de la inminente luminiscencia que reventará sobre los cielos del continente no tan nuevo y sí desgastado producida por EV Lacertae, la verdadera presencia de la muerte en cinco años continuos de aurorealidad boreal intermitente cada seis meses.
– Qué rollo ese del espacio, ¿verdad?– exclama Julio con rostro de soledad.
– ¿A qué te referís?– pregunta Erick, desconsolado por el abandono.
– Sobre eso de las estrellas y el Universo vos– repunta Enrique con vetas de rencor.
– Ah, no es nada que nos importe, no es de este mundo– reclama Henrry o Harry o Andy o Candy, cuyo nombre todos han olvidado, y sólo conocen por aquél.
– Una estrella más cercana a Dios que nosotros explotará pronto– comenta Luigi entre sus ínfulas de nativista.
– Nosotros no veremos nada, estaremos encerrados y amarrados a las camas por tubos y líquidos mientras esto pasa por las noches– y alude Casio, dejando el cigarro entre la comisura de sus anchos labios y expulsando los restos de nicotina rechazados por sus pulmones.
Las bocinas anuncian el fin de la re–creación para los pacientes del Ala Norte con una voz melancólica. De la nada comienzan a salir ordenanzas por todas las puertas para llevar a los enfermos a sus respectivos cuartos. Casio se deja llevar por dos hombres de enormes brazos hasta su silla de ruedas, despidiéndose de sus compañeros que también eran cargados como trapos sucios. Ya en el pasillo iluminado por treinta y seis tubos incandescentes que ocultaban las manchas de sangre renegrida, vómitos y demás inmundicias del hombre. Justo en la habitación N8 una cama con sábanas recién cambiadas esperaba a Casio, dos enfermeras listas para entubarle todos los orificios del cuerpo y unas cuantas intravenosas cargadas de fuertes sedantes para evitar los gritos de dolor por las noches. Luego de todo el procedimiento de intubación esterilítica, Casio contaba la gotas que caían de la ampolla de suero a 500ml cada 8 horas, decantando el tiempo que le quedaba para lograr conciliar el sueño en un total de 2 mil 451 gotas. En el momento que la gota número 326 resbalaba de la llave de paso, la puerta recibió dos pequeños golpes, anunciando la llegada de alguien, una enfermera, que rápidamente entraba, chequeaba todos los aparatos conectados de la pared al cuerpo de Casio, mientras volvía alejándose hacia la puerta.
– Tiene visitas, ¿desea que entre?
– Sí, de otra manera me volvería loco– mientras la gota 357 pasaba de largo.
– Es usted un bromista Casio– dijo la enfermera guiñándole un ojo.
Sofía entró con su pelo azabache rozándole las nalgas, una blusa blanca de cuello alto, pero no te tortuga, un gorro de esos que parece de taxista le decía Casio, y el vaquero que la caracterizaba. Se sentó junto a Casio y con un beso en la frente comenzó a llorar de manera irreparable, dejando a Casio mucho más sedado que la mejor y mayor cantidad de morfina en el mundo. Dejó la bolsa en el otro costado de la cama, Casio ya ocupaba menos de la mitad de la misma por la cantidad de masa y volumen que había perdido en el proceso de quimioterapia. Gota número 896, y Sofía mantenía un fuerte abrazo alrededor de Casio, cambiando de canales en la televisión en busca de alguna repugnante novela mexicana. El silencio se ampliaba con cada tamborilazo que daba al control el pulgar de Sofía, su lagrimeo parecía detenerse, gota 1,284.
– ¿Qué dicen las pruebas Sofía?
– No estoy segura, a mí los médicos– se le quebró la voz en el golpe de la gota 1,522.
– Dime Sofía, qué dicen las pruebas.
– Que te quedan como máximo cinco años de vida, continuando los tratamientos, de lo contrario, sólo uno o dos meses.
– Mierda. ¿Qué decisión tomarás?
– ¿Cómo que qué decisión? ¿Por qué me preguntás eso?
– Porque sos mi dueña, yo ya no me pertenezco, vos decidís si seguir gastando en que máquinas y líquidos me mantengan en este estado vegetativo, yo ya ni puedo tomar la decisión de morir o seguir así, que tampoco es estar vivo, y que bien lo sabés.
–No puedo con tanta presión Casio, es demasiado, demasiado.
La gota 1,936 cayó con el movimiento de la puerta al cerrarse, Casio apretaba con fuerza las sábanas sudadas, sangradas, lloradas con sus manos, tratando de aguantar el dolor que le causaba la enfermedad y la respuesta de Sofía más que la noticia de su anticipada muerte, justo como la estrella terminaba de pensar cuando la lágrima número 2 mil 450 se desprendía de el globo ocular y el perfume de Sofía se adueñaba de toda el Ala Norte, haciendo recordar a los demás pacientes algún trágico amor de jóvenes.

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