15 de junio de 1904
60 Shelbourne Road
Debo estar ciego. Durante largo rato estuve mirando una cabeza
de cabello castaño rojizo y después decidí que no era la suya. Volví a
casa muy abatido. Me gustaría concertar una cita, pero quizás no sea
conveniente para usted. Espero que sea tan amable de fijarla usted
misma, si es que no me ha olvidado.
[¿Finales de julio de 1904?]
60 Shelbourne Road, Dublín
Mi iracunda Nora, te dije que te escribiría. Ahora me escribes y
me preguntas qué demonios me pasaba la otra noche. Estoy seguro de
que algo anduvo mal. Me mirabas como si estuvieras triste por algo
que no había ocurrido, y que habría podido gustarte mucho. Desde
entonces he tratado de consolarme, pero no lo consigo. ¿Dónde estarás
el sábado, el domingo, el lunes por la noche, para que no pueda verte?
Ahora, querida, adiós. Beso el milagroso hoyuelo de tu cuello. Tu
Hermano Cristiano en la lujuria.
La próxima vez, cuando vengas, deja tu enojo en casa... y también
el corsé.
J.A.J.
29 de agosto de 1904
60 Shelbourne Road
Querida Nora, acabo de terminar mi almuerzo; no tenía apetito.
Cuando estaba por la mitad me di cuenta de que estaba comiendo con
los dedos. Me sentí mal como la otra noche. Estoy muy angustiado.
Perdona esta pluma horrible y este papel tan feo.
Anoche debo haberte apenado por lo que dije, pero seguramente
será bueno que conozcas cómo pienso sobre gran parte de las cosas. Mi
razón rechaza la totalidad del actual orden social, así como el cristianismo-
hogar, las virtudes reconocidas, clases en la vida y doctrinas
religiosas. ¿Cómo podría atraerme la idea del hogar? Mi hogar fue
simplemente uno de clase media arruinado por los hábitos derrochadores
que he heredado. A mi madre la mataron lentamente, pienso, los
malos tratos que le daba mi padre, los años de sufrimiento y la cínica
franqueza de mi proceder. Cuando miré su cara, en el ataúd, una cara
gris y consumida por el cáncer, comprendí que estaba viendo la cara de
una víctima, y maldije el sistema que la había hecho su víctima. En la
familia éramos diecisiete. Mis hermanos y hermanas no son nada para
mí. Sólo un hermano es capaz de comprenderme.
Hace seis años dejé, con un odio ferviente,
fue imposible permanecer en ella contrariando los impulsos de mi
naturaleza. Cuando era estudiante hice contra ella una guerra secreta y
decliné aceptar las posiciones que se me ofrecían. Al hacerlo me convertí
en un mendigo, pero conservé mi orgullo. Ahora mantengo a
través de una guerra abierta lo que escribo, digo y hago. No puedo
ingresar en el orden social si no es como vagabundo. Empecé a estudiar
medicina tres veces, una vez leyes, una vez música. Hace una
semana me estaba preparando para salir como actor ambulante. No
pude poner mucho ánimo en el plan, porque tú tironeabas en sentido
contrario. Las dificultades actuales de mi vida son increíbles, pero las
desprecio.
Anoche, cuando te fuiste, deambulé hacia Grafton St., donde
permanecí fumando largo tiempo apoyado en un farol. La calle estaba
llena de una animación en la que vertí un torrente de mi juventud.
Mientras permanecía allí recordé unas frases que escribí hace algunos
años cuando vivía en París, las frases son, “Pasan de a dos y de a tres
entre la animación del bulevar, paseando como gente desocupada en un
lugar iluminado para ellas. Están en la pastelería charlando, comiendo
dulces o sentadas silenciosamente en una mesa de una terraza; o descendiendo
de carruajes con un revuelo de vestidos, suave como la voz
del adúltero. Pasan con una brisa de perfumes. Bajo los perfumes sus
cuerpos tienen un cálido olor húmedo”.
Mientras me estaba repitiendo esto me di cuenta de que la vida
aún me esperaba, si es que decidía entrar en ella. Quizás. no podría
embriagarme como lo había hecho alguna vez, pero aún estaba allí y,
ahora que soy más juicioso y me controlo más, era inofensiva. No haría
preguntas, no esperaría nada de mí, excepto unos momentos de mi
vida, dejando libre el resto y me prometería el placer a cambio. Pensé
en todo esto y lo rechacé sin remordimiento. Era inútil para mí; no
podría darme lo que yo esperaba.
Creo que has malinterpretado algunos pasajes de una carta que te
escribí, y he observado cierta reserva en tu actitud, como si el recuerdo
de aquella noche te turbara. Sin embargo, yo lo considero como una
especie de sacramento, y su recuerdo me llena de una asombrosa alegría.
Quizás no comprendas enseguida por qué motivo te respeto tanto
por ello, pues no conoces aún mucho sobre mi manera de pensar. Pero
al mismo tiempo fue un sacramento que me dejó un gusto final de pena
y abatimiento, pena porque vi en ti una extraordinaria y melancólica
ternura que había tomado este sacramento como un compromiso; y
abatimiento porque comprendí que, a tus ojos, yo era inferior a una
convención de nuestra sociedad actual.
Anoche te hablé sarcásticamente, pero hablaba del mundo, no de
ti. Soy enemigo de la bajeza y esclavitud de la gente, no de ti. ¿No
puedes advertir la sencillez que hay detrás de todos mis disfraces?
Todos llevamos una máscara. Cierta gente que sabe que estamos muy
unidos suele increparme. Los escucho con calma, desdeñando responderles,
pero su última palabra agobia mi corazón como a un pájaro la
tormenta.
No es agradable para mí tener que ir ahora a la cama recordando
la última mirada de tus ojos, una mirada de cansada indiferencia, y la
tortura de tu voz la otra noche. Creo que ningún ser humano ha estado
nunca tan cerca de mi alma como tú lo estás, y, sin embargo, aún puedes
interpretar mis palabras con lastimosa descortesía (“Sé de lo que
está hablando ahora”, dices) Cuando era más joven tuve un amigo a
quien me di por completo, en cierto sentido más de lo que me entrego a
ti, y en otro sentido menos. Era irlandés, es decir, me traicionó.
No he dicho ni una palabra de lo que quería decir, pero escribir
con esta maldita pluma es un trabajo duro. No sé qué pensarás de esta
carta. Por favor, escríbeme Nora querida, ¿lo harás?, te respeto mucho,
créeme, pero quiero algo más que tus caricias. Me has dejado de nuevo
con una duda angustiosa.
J.A.J.
6 de agosto de 1909
44 Fontenoy Street, Dublín
Nora, ni yo ni Giorgio vamos a ir a Galway.
Voy a renunciar a los asuntos por los que vine y que esperaba que
pudieran mejorar mi posición.
He sido sincero en lo que te he dicho de mí. Tú no lo has sido
conmigo.
Cuando solía encontrarte en la esquina de Merrion Square y pasear
contigo y sentir tu mano tocarme en la oscuridad y oír tu voz (¡Oh,
Nora! Nunca oiré otra vez esa música, pues nunca volveré a confiar),
cuando te encontraba noche por medio tenías una cita frente al Museo
con un amigo mío, ibas con él por las mismas calles, siguiendo el canal,
pasada la “casa de las escaleras”, a lo largo de la orilla del Dodder.
Te quedabas con él: él te rodeaba con su brazo y tú inclinabas tu cara y
le besabas. ¿Qué otra cosa hacían juntos? iY a la noche siguiente me
encontrabas!
Lo he oído de sus labios hace sólo una hora. Mis ojos estaban llenos
de lágrimas, lágrimas de tristeza y mortificación. Mi corazón, lleno
de amargura y desesperación. Sólo veo tu rostro al inclinarse para
encontrarse con el otro. Oh, Nora, compadécete por lo que ahora estoy
sufriendo. Lloraré días enteros. Se ha roto mi fe en el rostro que amaba!
Oh, Nora, Nora, apiádate de mi pobre desdichado amor. No puedo
llamarte con ningún nombre querido pues anoche supe que el único ser
en quien creía no me era fiel.
¿Se ha acabado todo entre nosotros, Nora?
Nora, escríbeme, en consideración a mi amor muerto. Los recuerdos
me atormentan.
Escríbeme, Nora, te amaba: y tú has roto mi fe en ti.
Oh, Nora, soy desdichado: Lloro por mi desgraciado amor.
Escríbeme, Nora.
JIM
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barquisimeto.intercable.net.ve/
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