lunes, 11 de agosto de 2008

CARTAS DE AMOR A NORA BARNACLE

15 de junio de 1904

60 Shelbourne Road

Debo estar ciego. Durante largo rato estuve mirando una cabeza

de cabello castaño rojizo y después decidí que no era la suya. Volví a

casa muy abatido. Me gustaría concertar una cita, pero quizás no sea

conveniente para usted. Espero que sea tan amable de fijarla usted

misma, si es que no me ha olvidado.

[¿Finales de julio de 1904?]

60 Shelbourne Road, Dublín

Mi iracunda Nora, te dije que te escribiría. Ahora me escribes y

me preguntas qué demonios me pasaba la otra noche. Estoy seguro de

que algo anduvo mal. Me mirabas como si estuvieras triste por algo

que no había ocurrido, y que habría podido gustarte mucho. Desde

entonces he tratado de consolarme, pero no lo consigo. ¿Dónde estarás

el sábado, el domingo, el lunes por la noche, para que no pueda verte?

Ahora, querida, adiós. Beso el milagroso hoyuelo de tu cuello. Tu

Hermano Cristiano en la lujuria.

La próxima vez, cuando vengas, deja tu enojo en casa... y también

el corsé.

J.A.J.

29 de agosto de 1904

60 Shelbourne Road

Querida Nora, acabo de terminar mi almuerzo; no tenía apetito.

Cuando estaba por la mitad me di cuenta de que estaba comiendo con

los dedos. Me sentí mal como la otra noche. Estoy muy angustiado.

Perdona esta pluma horrible y este papel tan feo.

Anoche debo haberte apenado por lo que dije, pero seguramente

será bueno que conozcas cómo pienso sobre gran parte de las cosas. Mi

razón rechaza la totalidad del actual orden social, así como el cristianismo-

hogar, las virtudes reconocidas, clases en la vida y doctrinas

religiosas. ¿Cómo podría atraerme la idea del hogar? Mi hogar fue

simplemente uno de clase media arruinado por los hábitos derrochadores

que he heredado. A mi madre la mataron lentamente, pienso, los

malos tratos que le daba mi padre, los años de sufrimiento y la cínica

franqueza de mi proceder. Cuando miré su cara, en el ataúd, una cara

gris y consumida por el cáncer, comprendí que estaba viendo la cara de

una víctima, y maldije el sistema que la había hecho su víctima. En la

familia éramos diecisiete. Mis hermanos y hermanas no son nada para

mí. Sólo un hermano es capaz de comprenderme.

Hace seis años dejé, con un odio ferviente, la Iglesia Católica. Me

fue imposible permanecer en ella contrariando los impulsos de mi

naturaleza. Cuando era estudiante hice contra ella una guerra secreta y

decliné aceptar las posiciones que se me ofrecían. Al hacerlo me convertí

en un mendigo, pero conservé mi orgullo. Ahora mantengo a

través de una guerra abierta lo que escribo, digo y hago. No puedo

ingresar en el orden social si no es como vagabundo. Empecé a estudiar

medicina tres veces, una vez leyes, una vez música. Hace una

semana me estaba preparando para salir como actor ambulante. No

pude poner mucho ánimo en el plan, porque tú tironeabas en sentido

contrario. Las dificultades actuales de mi vida son increíbles, pero las

desprecio.

Anoche, cuando te fuiste, deambulé hacia Grafton St., donde

permanecí fumando largo tiempo apoyado en un farol. La calle estaba

llena de una animación en la que vertí un torrente de mi juventud.

Mientras permanecía allí recordé unas frases que escribí hace algunos

años cuando vivía en París, las frases son, “Pasan de a dos y de a tres

entre la animación del bulevar, paseando como gente desocupada en un

lugar iluminado para ellas. Están en la pastelería charlando, comiendo

dulces o sentadas silenciosamente en una mesa de una terraza; o descendiendo

de carruajes con un revuelo de vestidos, suave como la voz

del adúltero. Pasan con una brisa de perfumes. Bajo los perfumes sus

cuerpos tienen un cálido olor húmedo”.

Mientras me estaba repitiendo esto me di cuenta de que la vida

aún me esperaba, si es que decidía entrar en ella. Quizás. no podría

embriagarme como lo había hecho alguna vez, pero aún estaba allí y,

ahora que soy más juicioso y me controlo más, era inofensiva. No haría

preguntas, no esperaría nada de mí, excepto unos momentos de mi

vida, dejando libre el resto y me prometería el placer a cambio. Pensé

en todo esto y lo rechacé sin remordimiento. Era inútil para mí; no

podría darme lo que yo esperaba.

Creo que has malinterpretado algunos pasajes de una carta que te

escribí, y he observado cierta reserva en tu actitud, como si el recuerdo

de aquella noche te turbara. Sin embargo, yo lo considero como una

especie de sacramento, y su recuerdo me llena de una asombrosa alegría.

Quizás no comprendas enseguida por qué motivo te respeto tanto

por ello, pues no conoces aún mucho sobre mi manera de pensar. Pero

al mismo tiempo fue un sacramento que me dejó un gusto final de pena

y abatimiento, pena porque vi en ti una extraordinaria y melancólica

ternura que había tomado este sacramento como un compromiso; y

abatimiento porque comprendí que, a tus ojos, yo era inferior a una

convención de nuestra sociedad actual.

Anoche te hablé sarcásticamente, pero hablaba del mundo, no de

ti. Soy enemigo de la bajeza y esclavitud de la gente, no de ti. ¿No

puedes advertir la sencillez que hay detrás de todos mis disfraces?

Todos llevamos una máscara. Cierta gente que sabe que estamos muy

unidos suele increparme. Los escucho con calma, desdeñando responderles,

pero su última palabra agobia mi corazón como a un pájaro la

tormenta.

No es agradable para mí tener que ir ahora a la cama recordando

la última mirada de tus ojos, una mirada de cansada indiferencia, y la

tortura de tu voz la otra noche. Creo que ningún ser humano ha estado

nunca tan cerca de mi alma como tú lo estás, y, sin embargo, aún puedes

interpretar mis palabras con lastimosa descortesía (“Sé de lo que

está hablando ahora”, dices) Cuando era más joven tuve un amigo a

quien me di por completo, en cierto sentido más de lo que me entrego a

ti, y en otro sentido menos. Era irlandés, es decir, me traicionó.

No he dicho ni una palabra de lo que quería decir, pero escribir

con esta maldita pluma es un trabajo duro. No sé qué pensarás de esta

carta. Por favor, escríbeme Nora querida, ¿lo harás?, te respeto mucho,

créeme, pero quiero algo más que tus caricias. Me has dejado de nuevo

con una duda angustiosa.

J.A.J.

6 de agosto de 1909

44 Fontenoy Street, Dublín

Nora, ni yo ni Giorgio vamos a ir a Galway.

Voy a renunciar a los asuntos por los que vine y que esperaba que

pudieran mejorar mi posición.

He sido sincero en lo que te he dicho de mí. Tú no lo has sido

conmigo.

Cuando solía encontrarte en la esquina de Merrion Square y pasear

contigo y sentir tu mano tocarme en la oscuridad y oír tu voz (¡Oh,

Nora! Nunca oiré otra vez esa música, pues nunca volveré a confiar),

cuando te encontraba noche por medio tenías una cita frente al Museo

con un amigo mío, ibas con él por las mismas calles, siguiendo el canal,

pasada la “casa de las escaleras”, a lo largo de la orilla del Dodder.

Te quedabas con él: él te rodeaba con su brazo y tú inclinabas tu cara y

le besabas. ¿Qué otra cosa hacían juntos? iY a la noche siguiente me

encontrabas!

Lo he oído de sus labios hace sólo una hora. Mis ojos estaban llenos

de lágrimas, lágrimas de tristeza y mortificación. Mi corazón, lleno

de amargura y desesperación. Sólo veo tu rostro al inclinarse para

encontrarse con el otro. Oh, Nora, compadécete por lo que ahora estoy

sufriendo. Lloraré días enteros. Se ha roto mi fe en el rostro que amaba!

Oh, Nora, Nora, apiádate de mi pobre desdichado amor. No puedo

llamarte con ningún nombre querido pues anoche supe que el único ser

en quien creía no me era fiel.

¿Se ha acabado todo entre nosotros, Nora?

Nora, escríbeme, en consideración a mi amor muerto. Los recuerdos

me atormentan.

Escríbeme, Nora, te amaba: y tú has roto mi fe en ti.

Oh, Nora, soy desdichado: Lloro por mi desgraciado amor.

Escríbeme, Nora.

JIM


Aquí está el link por si quieren descargar todas las cartas.
barquisimeto.intercable.net.ve/intheflesh/NoraBarnacle.pdf

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